Qué vas a hacer cuando se corte la luz? ¿Cómo vas a ordeñar cuándo las máquinas queden en pana? La lista de cuestionamientos que tuvo que escuchar Edmundo Henríquez fue larga.
Todo partió en mayo de 2015. Henríquez, que es productor lechero de Filuco, Región de Los Ríos, cambió la forma tradicional de ordeñar las vacas en su campo. Ya no serían seres humanos, sino que dos robots.
Las vacas entran cuando quieren a la sala de ordeña, un mecanismo automático ubica los succionadores para extraer la leche. Mientras tanto, se toma la temperatura de la vaca para advertir signos de enfermedades, también se detecta si está en celo. El sistema informático que guía la ordeña guarda datos como la cantidad de leche que la vaca produjo y cuánto tiempo se demoró. También añade datos cualitativos, como el porcentaje de grasa, la cantidad de proteínas o de células somáticas de esa leche.
Henríquez recuerda que la inversión inicial fue importante. Sin embargo, tras cuatro años de experiencia cree que fue una buena decisión.
El dato más importante, es el aumento de producción de leche. Pasó de 7 mil litros a 8 mil litros por vaca al año.
—La ordeña robotizada mejora el bienestar animal. No hay gritos de los operadores humanos. Una vaca que no está estresada produce más leche. Además, al tener este sistema reúnes mucha información que te permite mejorar la gestión.
El escepticismo inicial de sus colegas dio paso a un desatado interés por conocer más de la ordeña robotizada.
—No hay grupo de transferencia tecnológica del sector lechero que no haya venido al campo.
Henríquez explica que de ser el único, ahora son cerca de nueve los campos con ordeña robotiza en las cercanías.
La experiencia del lechero de Filuco se repite en otros rubros. Actividades tradicionalmente hechas por seres humanos están siendo parcial o totalmente reemplazadas por máquinas.
Por ejemplo, la viña Santa Rita lanzó en 2017 un plan piloto para plantar vides viníferas con maquinaria.
Las herramientas, que son arrendadas, permiten remplazar el equivalente de 15 jornadas/hombre con solo un par de operarios. No solo se planta la vid, sino que se levantan tutores, colocan alambres y se tienden líneas de riego por goteo, todo al mismo tiempo.
Aunque el costo no es necesariamente inferior al del trabajo puramente manual, lo más relevante para los técnicos de la bodega es que la tasa de plantas que se desarrollan completamente —conocido como porcentaje de prendimiento— se disparó.
No todo se trata de ‘fierros’.
La posibilidad de tomar datos también se ha disparado en el agro. Productores de fruta están usando sistemas de trazabilidad ‘made in Chile’ para seguir un producto desde el huerto hasta cuando se empaca.
—Ahora se puede entregar información muy detallada a los compradores. También es posible saber cuánto produjo un cosechero, cuánto daño sufrió la fruta en la cosecha, cómo se están comportando los distintos cuarteles. Eso ayuda a mejorar la gestión de los huertos frutícolas —sostiene Dagoberto González, jefe del Departamento Técnico de Linares de Unifrutti.
Ya sea a través de robots, máquinas semiautónomas o sistemas de captura y monitoreo de datos productivos, el agro chileno está enfrentando una revolución tecnológica.
Cambio cultural en agricultores
Este jueves Ángel Medina tomará un avión rumbo a Colombia. Todo por Sofía. Así se llama la aplicación y plataforma de gestión agrícola que desarrolló junto a un equipo de profesionales afincados en Talca. Medina va a cerrar un trato para echar a andar su plataforma con productores de palta colombianos.
Lanzada en 2015, la plataforma logró 10 clientes en su primer año. Hoy va en 130. La aplicación permite subir a un teléfono celular datos como cuántos árboles podó una personas o la trayectoria que siguió un tractor en un campo usando el GPS del teléfono móvil. Los datos ingresados permiten llevar al detalle los costos de producción. A cambio, los agricultores pagan un monto de dinero cada cierto tiempo, en forma similar a Spotify o Netflix.
Medina explica que no fueron fáciles los primeros años de la aplicación. Una de las barreras más fuertes que tuvieron que superar fue la desconfianza de los productores en la partida del proyecto. Afortunadamente, en el último quinquenio, aparte de que el sistema funcionara bien, se produjo un cambio cultural entre los agricultores.
—Los productores cada vez quieren tener más información de lo que sucede en su campo. Cuando se enteran que pueden tener, por ejemplo, el costo de combustible por hectárea, se dan cuenta que pueden mejorar mucho su gestión. También se dan cuenta de pérdidas de las que no tenían conciencia.
La masificación de las tecnologías de la información, la posibilidad de aumentar la eficiencia y las exigencias de los compradores de mejor trazabilidad han sido importantes motores de ese cambio entre los agricultores.
Pablo Coquelet, lechero de Reumén, en la Región de Los Ríos, explica que la mirada de los agricultores sobre la necesidad de tecnología ha evolucionado. Él partió hace cinco años con una sala de ordeña robotizada.
—La percepción ha cambiado mucho. Hoy un agricultor sabe que la inversión en una sala de ordeña robotizada se va a pagar en 6 o 7 años.
De hecho, en países como Nueva Zelandia la mitad de las salas de ordeña ya son robotizadas.
En La Unión, Región de Los Ríos, Patricio Avilés, productor de cultivos anuales, explica que independiente del rubro, los agricultores están apostando a las nuevas tecnologías.
—En los campos todo está cada vez más automatizado. Quienes tienen la capacidad de hacer inversión la hacen, incluso en rubros ‘tradicionales’. Por ejemplo, en las papas, que es visto como atrasado, se usan máquinas para cosechar, seleccionar, limpiar y embalar.
Avilés ve en la automatización una herramienta para atraer a las nuevas generaciones de trabajadores.
—Alguien que maneja una máquina gana más una persona que realiza labores manuales. Mientras más compleja es la maquinaria, tiende a subir el pago. Hay operarios que ganan similar o más que un profesional.
Edmundo Henríquez también apunta a que la automatización es una forma de atraer a las nuevas generaciones de las familias dueñas de campos.
—Las personas no quieren realizar labores que sean pesadas en términos de esfuerzo físico o estar expuestas al frío, humedad o malos olores. Con las nuevas tecnologías eliminas o disminuyes severamente esas situaciones. Para un joven siempre va a ser más interesante manejar un computador que estar metido en un pozo de ordeña húmedo.
Henríquez agrega otro factor en favor de la automatización: es más estable de lo que se piensa. No se trata solo de instalar infraestructura, sino que también sistemas de información que permiten advertir o anticipar problemas.
—A veces, los técnicos de la empresa que instaló la sala de ordeña robotizada me llaman para señalarme que hay un problema y nosotros no nos habíamos dado cuenta. En algunas oportunidades ellos lo pueden resolver en forma remota desde Osorno. Sino, están en dos horas por acá.
Ojo con los costos
Dar saltos tecnológicos en el agro no es gratuito, en todo caso. Una trilladora moderna puede costar hasta $300 millones o una fumigadora $180 millones.
—Además hay que considerar que los costos de mantenimiento son altos. Son máquinas muy específicas que no tienen repuestos genéricos, como sucede en un automóvil. Mi contador siempre me lo recuerda —sostiene Pablo Avilés.
Para Cristián Valdés, asesor de proyectos agrícolas, la gestión financiera es un freno para el ingreso de tecnologías. Los agricultores, junto con manejar el campo, tienen que ser capaces de formular un proyecto para convencer al banco de financiar la adquisición de nuevas maquinarias. Muchos no tienen ni el tiempo ni la experiencia para navegar en esas aguas.
Afortunadamente, para Valdés ese no es el fin de la historia.
—En los últimos años ha surgido un grupo de empresas que prestan servicios con sus maquinarias. Eso permite que el costo de la mecanización baje para el agricultor. Hay que pensar que tener una maquinaria compleja necesita de una inversión en mantención. En el caso de agricultores de menor tamaño, no necesariamente se justifica destinar esos recursos a ese tema. Una opción más razonable puede ser arrendar.
Otro punto importante es que, más allá de si se arrienda o compra la nueva tecnología, el costo no debe calcularse solo en función de cuánto cuestan los ‘fierros’.
Muchas veces implica hacer cambios en los campos para que la automatización funcione. Un ejemplo clásico es la fruticultura, en que se necesita modificar la arquitectura de los huertos. La altura de los árboles se tiene que reducir y la conducción de las plantas debe permitir un acceso más fácil a la fruta.
Cambios equivalentes se tienen que producir en otros rubros.
—Cuando instalas una sala de ordeña robotizada tienes que hacer cambios en el campo. Por ejemplo, hay que crear más callejones para que pasen las vacas, hacer cambios en los cercos y establecer una nueva distribución del agua. En mi experiencia, los costos de las obras civiles de la sala de ordeña son similares a lo que hay que invertir en el campo —sostiene Pablo Coquelet.
En el caso de la vitivinicultura, pasa algo similar.
—Los sistemas mecanizados, como los de plantación, funcionan en terrenos que tienen un buen acceso y en que no hay muchas piedras. Por ende, si uno quiere tenerlos, hay que trabajar el campo para hacerlos funcionales para las nuevas tecnologías —sostiene Gerardo Leal, gerente de viticultura de la Viña Santa Rita.
Fuente: Revista del Campo